Título original: Portrait de Balzac.
Autor: Théophile Gautier. 1858.
Editorial: Sexto piso. 2006.
Edición: Tapa blanda.
Número de páginas: 137.
Sinopsis
Pocas veces el destino permite que un gran escritor sea retratado por un gran poeta. Balzac bajo la mirada de Gautier. El resultado es un libro portentoso. Y más si tomamos en cuenta que fueron amigos cercanos. La admiración que Gautier profesa por Balzac es evidente, pero justo eso es lo que hace tan impactante este libro. No es una simple biografía y mucho menos una crítica literaria. Así como Gautier llevó una tórrida amistad con el inigualable Rimbaud, fungiendo de alguna forma como su mentor, también él estuvo en el mismo sitio que aquél, sólo que bajo la égida de Balzac, su maestro. En pocas páginas nos introduce en la vida no de un escritor, sino de un personaje mítico, más parecido a un dios lúdico que a un simple mortal. Ese es el encanto del ejercicio que Gautier realiza al rememorar a su querido maestro. Escuchémosle: «Lo mismo que el dios de la india Visnu, Balzac tenía el don de avatar, es decir, el de encarnarse en cuerpos diferentes y vivir en ellos el tiempo que quisiera; sólo que el número de avatares de Visnu se fija en diez, mientras que los de Balzac son incontables y además podía provocarlos a voluntad. Aunque parezca extraño decir esto en pleno siglo XIX, Balzac fue un vidente. Su mérito como observador, su perspicacia de fisiólogo, su genio de escritor, no bastan para explicar la grandísima variedad de los dos o tres mil tipos que representan un papel más o menos importante en La comedia humana. No los copiaba, los vivía idealmente, se ponía la vestimenta de ellos, contraía sus costumbres, se rodeaba de su ambiente, era -ellos mismos- todo el tiempo necesario».

Mi experiencia de lectura
Por la cantidad de citas extraídas de esta obra es posible deducir que la encontré agradable y que la disfruté, pues son bastantes citas teniendo en cuenta que son 137 páginas. No sólo me gustó porque encuentra a un Balzac divertido, agradable y muy inspirador; sino por que es admirable lo incansable de su trabajo (en cuanto a la producción literaria y al ejercicio arduo de corrección de sus texto) por amor al arte y a la literatura. Me atrevería a decir, más que por la deudas que pudieran acompañarle a lo largo de su vida era por que amaba lo que hacía y le apasionaba la literatura.
Es natural que el autor de este retrato de Balzac nos narre la historia, y nos muestre a un hombre reflejado, con tanto gusto y cariño ya que fueron amigos y trabajaron juntos; creo que no sólo lo hace por la estrecha relación que hayan mantenido sino porque en verdad era un hombre admirable, laborioso, productivo, divertido y que inspiraba tal respeto y tan profunda admiración. Yo lo siento y pienso así porque para que a un escritor de la época, un hombre como Balzac, le inspire tanta pasión para retratarlo es porque algo de cierto debe haber en todas esas palabras escogidas por Gautier para describirlo.
No sólo me encantó el libro por la calidad en cuanto a la forma cómo nos ilustra Gautier, sino porque me gustó mucho conocer a un escrito de esa época así, con esas características (algunas de ellas reflejadas en las citas como alguien divertido, sencillo y gracioso) y la más admirada por mí es la disciplina y devoción (o pasión) por la escritura; de sentarse a trabajar, de las tantas correcciones que le hacía a sus escritos y poner el trabajo escrito y literario por encima de otros factores de su vida, es emocionante. Me inspiró demasiado conocer a ese Balzac.
Sin duda alguna lo recomiendo si gustan de conocer a un escritor más allá de sus obras. A continuación les presento algunas (demasiadas) citas de este delicioso libro. Espero que lo lean y lo disfruten tanto o más que yo. Si ya lo has leído, déjame comentarios al respecto.
Alguna citas textuales
«Pero en ninguna época de su vida pretendió aparentar Balzac el papel de gran Lama literario, y siempre fue buen compañero; tenía orgullo, pero estaba enteramente desprovisto de vanidad».
«… se vanagloriaba de no haber alterado nunca su pureza con la menor mancha de tinta, «porque -decía- el verdadero literato debe ser pulcro en su trabajo».»
«Según su costumbre, Balzac se había levantado a medianoche y había estado trabajando hasta que llegamos nosotros. Sin embargo, sus facciones no revelaban ninguna fatiga, aparte de unas leves ojeras…»
«Hablando, Balzac jugaba con el cuchillo o con el tenedor, y me fijé en sus manos que eran de rara belleza, verdaderas manos de prelado, blancas, con dedos menudos y redonditos, uñas sonrosadas y brillantes; hacía coquetona galla de ellas y sonreía de gusto cuando se las miraban. Las tenía por un signo de raza superior y de aristocracia. Lord Byron dice en una nota, con visible satisfacción, que Alí-Bajá le hizo un elogio por la pequeñez de las orejas y de ella infirió que era un verdadero noble.»
«Descuidaba el cumplimiento de sus deberes; pero, favorecido por la complicidad tácita de un pasante de matemáticas que a la vez era bibliotecario, ocupado con alguna obra trascendental, no estudiaba la lección y se llevaba los libros que quería. Todo el tiempo se lo pasó leyendo a hurtadillas. Por eso fue bien pronto el alumno más castigado de su clase.»
«Ambos esposos harían cuentas del dinero que iban a recibir mañana, gastándolo de veinte maneras diferentes. Entonces eran los detalles del hogar, las quejas por el excesivo precio de las patatas, o lo largo del invierno y el encarecimiento del combustible, enérgicas representaciones acerca de lo que debían al panadero, y, por último, disputas acres en las que cada cual revelaba su carácter con palabras pintorescas. Oyendo a esa gente podía compenetrarme con su vida, sentir sus harapos en mi cuerpo, andar con mis pies metidos en sus zapatos agujereados, sus deseos, sus necesidades, todo pasaba a mi alma, y mi alma pasaba a la suya; esto era el sueño de un hombre despierto.»
«La misma historia le seducía poco, según puede verse en este pasaje del proemio de La comedia humana: «Leyendo las áridas y apestosas nomenclaturas de hechos llamados históricas, ¿quién no ha advertido que los escritores se han olvidado de todos los tiempos, en Egipto, en Persia, en Grecia, en Roma, de darnos la historia de las costumbres? El fragmento de Petronio acerca de la vida privada de los romanos, más bien me irrita que satisface nuestra curiosidad».»
«Figuraos al joven Honoré con las piernas tapujadas con un carric remendado, protegida la caja del cuerpo por un viejo mantón materno, tocado con una especie de gorro dantesco, cuyo corte tan sólo era conocido por la señora de Balzac, la cafetera a la izquierda, el tintero a la derecha, trabajando con todas sus fuerzas y con la cabeza inclinada adelante, como un buey que tira del arado en el pedregoso campo del pensamiento, no roturado antes por él, donde trazó más tarde surcos tan fértiles.»
«Si algún transeúnte trasnochador hubiese alzado la vista hacia aquella siempre temblorosa lucecilla, de seguro que no hubiera sospechado que era la aurora de una de las más grandes glorias de nuestro siglo.»
«Nosotros objetábamos tímidamente que los mayores genios no se habían privado del amor, de la pasión, ni aun siquiera del placer, y citábamos nombres ilustres. Balzac meneaba la cabeza y respondía: «Sin las mujeres, hubieran hecho cosas mejores».»
«… las más duras necesidades nunca le hicieron entregar una obra en la cual no hubiese hecho el último esfuerzo, y dio admirables ejemplos de conciencia literaria.»
«Operaba sobre una cosa real; aprobándose o desaprobándose, mantenía o desechaba, pero sobre todo añadía. Líneas que arrancaban del comienzo, centro o final de las frases, se dirigían hacia los márgenes, a diestra y siniestra, arriba y abajo, conduciendo a ampliaciones, intercalamientos, incisos, epítetos, adverbios.»
«A pesar de esta laboriosa manera de ejecutar, Balzac producía mucho, gracias a su voluntad sobrehumana servida por un temperamento de atleta y una reclusión de monje. Durante dos o tres meses seguidos trabajaba dieciséis o dieciocho horas diarias, cuando tenía entre sus manos alguna obra importante, no concedía a la animalidad más que seis horas de sueño pesado, febril, convulsivo, producto del entorpecimiento de la digestión tras una comida hecha a escape. Entonces desaparecía por completo, perdiendo las huellas de él sus mejores amigos; pero bien pronto salía de debajo de la tierra, agitando sobre la cabeza una obra maestra, riéndose con su franca risa, aplaudiéndose a sí mismo con perfecta sencillez y otorgándose elogios que, por lo demás, nunca pedía a nadie.»
«No era fácil penetrar en aquella casa, mejor guardada que el jardín de las Hespérides. Se exigían dos o tres frases de contraseña para pasar. Por temor a que se divulgasen, Balzac las cambiaba a menudo. Recordamos estas: al portero le decía: «Ha llegado la estación de las ciruelas», y dejaba franco el paso; al sirviente que acudía por la escalera, al tocar la campanilla era preciso decirle en voz baja: «Traigo encajes de Bélgica»; y si al ayuda de cámara le asegurabais que «La señora Bertrand estaba bien de salud», os introducía al fin. Estas niñadas divertían mucho a Balzac; quizá fuesen indispensables para alejar a los indiscretos y a otras visitas menos gratas.»
«Balzac era de la madera de los grandes actores: poseía una voz llena, sonora, metálica, de un timbre rico y potente, que sabía moderar y hacer suave en caso necesario, y leía de una manera admirable, talento que les falta a la mayor parte de los actores. Lo que narraba, lo representaba con entonaciones, gestos y ademanes que, a nuestro parecer ,no ha igualado ningún cómico.»
«Los prosistas de nacimiento nunca se elevan hasta la poesía, por poéticos que fuesen. Es un don particular el de la palabra rítmica, y hay quien lo tiene sin ser por eso un gran genio, mientras que a menudo les falta a superiores talentos.»
«Se han escrito un gran número de críticas acerca de Balzac y se ha hablado de él de muchas maneras, pero no se ha insistido en un punto muy característico a nuestro parecer: el modernismo absoluto de su genio. Balzac no debe nada a la antigüedad; para él no hay griegos ni romanos, y no necesita gritar que le libren de ellos. En la composición de su talento no se encuentra ninguna huella de Homero, de Virgilio, de Horacio, ni siquiera del de Viris illustribus, nadie ha sido menos clásico.»
«Balzac, como Gavarni, sólo ha visto a sus contemporáneos; y en el arte, la dificultad suprema está en pintar lo que se tiene delante de los ojos; puede atravesar uno su época sin verla, y eso han hecho muchos ingenios eminentes. Ser de su tiempo. ¡No gastar anteojos azules ni verdes, pensar con su propio cerebro, valerse del idioma actual, no zurcir en centones las frases de sus predecesores! Balzac poseyó este raro mérito.»
«Le gustaba más el carácter que el estilo, y prefería la expresión fisonómica a la belleza.»
«…no hay callejón extraviado, sucio pasadizo, ni calle estrecha, fangosa y oscura, que no convirtiese con su pluma en un aguafuerte digna de Rembrandt, llena de tinieblas pobladas y misteriosas…»
«… toda relación con él se veía necesariamente entrecortada por lagunas, ausencias, desapariciones. En la vida de Balzac mandaba en absoluto el trabajo…»
«Balzac, a quien la escuela realista parece querer reivindicar como su maestro, no tiene con ella ninguna relación de tendencias.»
«Él nunca fumó. Su Teoría de las excitantes contiene una requisitoria en toda forma contra el tabajo; y no hay la menor duda de que si hubiese sido sultán, como Amurath, hubiera hecho cortar la cabeza a los fumadores relapsos y obstinados. Reservaba toda su predilección para el café, que tanto daño le hizo y acaso le matara, aunque estaba organizado para llegar a ser centenario.»
«Cosa extraña: Balzac, que meditaba, elaboraba y corregía sus novelas con una meticulosidad tan pertinaz, cuando se trataba del teatro parecía poseído por el vértigo de la rapidez. No sólo no rehacía ocho o diez veces sus obras teatrales como sus novelas, sino que ni siquiera las hacía.»
«A pesar de haber muerto, Balzac todavía tiene detractores; lanzan contra su memoria esa vulgarísima acusación de inmoralidad, última injuria de la medianía impotente y envidiosa, cuando no de la pura y simple majadería estúpida. El autor de La comedia humana no sólo no es inmoral, sino que es un moralista austero. Monárquico y católico, defiende la autoridad, exalta la religión, predica el deber, morigera las pasiones y no admite la felicidad sino en el matrimonio y en la familia.»
«El hombre -decía- no es ni bueno ni malo; nace con instintos y aptitudes; la sociedad, lejos de depravarle, como lo ha pretendido Rousseau, le perfecciona y le hace mejor; pero el interés desarrolla también malas tendencias. Siendo, como lo he dicho en El médico de aldea, el cristianismo y sobre todo el catolicismo un sistema completo de represión de las tendencias depravadas del hombre, es el más grande elemento del orden social».
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